Opinión

El Espíritu Navideño

OPINIÓN - Por Juan Tomás Castro

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Al igual que ocurre en tiempos de Cuaresma, al acercarse Fiestas tan señaladas como La Navidad, los ENSERES HUMANOS optan por la mutación de sus rasgos y cambian sus garras por algodonadas yemas, sus vociferantes iras por susurros aterciopelados y su peor mala leche por la más atenta de las composturas.

Claro está que sólo se trata de eso, de maneras; de amañadas formas de hacer creer al iluso que su conciencia cobró vida y le advirtió de cuán grande sería el llanto y el crujir de dientes en los infiernos si no modificaba conductas o de cuán peor incluso podría llegar a ser un inesperado y sobrevenido sufrimiento terrenal, si por aquello del karma, el efecto de la causa llega a trincarlo por el cuello decidido a pasarle factura.

Es entonces cuando el malvado, inexplicablemente acojonao ante sí mismo ya que él suele ser siempre el acostumbrao a acojonar, ---¿qué me pasó?, se pregunta---, decide emprender heroicas hazañas de índole reparadora de autoritarismos traumáticos, de promesas incumplidas, de hirientes desprecios, de putadas propias de los hijos de una Santa o de todas esas argucias prefabricadas por el más sofisticado y vanguardista diseño maquiavélico, desde las que intenta aparecer como inocente de todas y cada una de sus miserables, endemoniadas, repugnantes e infames vilezas.

Es entonces cuando el malvado y sólo durante unos días, aloja en albergues a los sin techo ya que le resultan como un indecoroso mobiliario urbano en medio de una ciudad envuelta en destellos de luz y de color, de glamour y de consumo, y en esos hipócritas besos, abrazos y mejores deseos tan propios de esos nuestros –a veces- enemigos íntimos.

Es entonces cuando el malvado y sólo durante unos días, abandona la alta cama y vuelve a su baja cuna, haciendo ostentación de humildad y de decencia ya que hasta para eso es ostentoso.

Y es entonces cuando el malvado y sólo durante unos días, intenta y consigue maquillar su endemoniada presencia transformando en afables cada una de sus apariciones, intentando y consiguiendo sin duda recuperar confianzas perdidas, que se modifiquen opiniones vertidas, y que de nuevo el iluso vuelva a ilusionarse con esa bondad infinita que nos odia sobre todas las cosas y a la que jamás pesará ni lo más mínimo el habernos ofendido, sudándole los cojones de que alguien pueda castigarlo con las penas del infierno, ya que sigue y seguirá siendo como era en un principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos…

Amén.

Afectos

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