Opinión

¿Libertad de prensa?

OPINIÓN || ANTONIO J. ROLDÁN

Antonio J. Roldán Antonio J. Roldán[/caption]

El pasado tres de mayo se celebró, un año más, el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Una jornada, a iniciativa de la ONU, que desde 1993 lleva reivindicando “una prensa libre, pluralista e independiente” como “componente esencial de toda sociedad democrática”, tal y como se quedó plasmado en la Declaración de Windhoek sobre libertad de ejercicio del periodismo.

Una fecha para recordar, pero con muy pocos argumentos para celebrar. No en vano, en pleno siglo XXI seguimos desayunando con noticias de detenciones, ejecuciones o secuestros de profesionales del periodismo, o en el mejor de los casos sanciones o injerencias gubernamentales flagrantes en el ejercicio de su libre actividad a lo largo y ancho del planeta. En ocasiones, bastante más cerca de lo que pensamos.

Es paradójico que en lugares donde se da por hecho el libre ejercicio de nuestra labor también existan métodos para que ésta no se produzca en toda su extensión. Menos coercitivos, pero a veces igual de efectivos. Artimañas, en su mayoría oscuras y ocultas, que persiguen un solo objetivo: que te tiemble la mano antes de escribir lo que no quieren que escribas.

Las nuevas tecnologías han revolucionado de tal forma nuestra profesión que, de aquí a poco, doy por seguro que los libros de texto recogerán capítulos específicos para estudiar esta época, vertiginosa a la par que fascinante. Bien cierto es que estos avances nos han zarandeado, cambiando en mucho nuestra manera de trabajar, en la mayoría de los casos para bien. Desde un móvil podemos escribir, fotografiar o transmitir -y con bastante calidad- aquello que sucede en cualquier rincón del globo y lanzarlo a través de Internet para que el resto del mundo lo conozca. Al instante. En un click.

Un hecho que también ha modificado nuestra forma de relacionarnos. Las redes sociales son el erróneo sustitutivo de la comunicación interpersonal. Problema, más que virtud, de esta era de ‘likes’ y compartidos que, más que en comunidad, nos convierte en una auténtica jungla.

Es paradójico que en lugares donde se da por hecho el libre ejercicio de nuestra labor también existan métodos para que ésta no se produzca en toda su extensión.

Es en ese contexto donde los periodistas de los países supuestamente libres encontramos el principal escollo al ejercicio de nuestra profesión. Y es que las redes, por arte de magia, han sacado a la arena al doctor honoris causa que todos llevamos dentro otorgándonos casi por ciencia infusa la capacidad de refutar, rebatir y hasta tumbar hechos probados o noticias más que contrastadas. Vamos, lo que viene siendo dudar de la praxis y la profesionalidad de personas que, precisamente, nos hemos formado para desarrollar la noble función de mantenerles a ustedes informados mediante una relación de certidumbre, confianza y lealtad.

Auténticas hordas de perfiles, muchos de ellos ficticios, pueden en segundos desacreditarte por sólo publicar algo que al partido político, equipo de fútbol o artista de turno no le sea todo lo favorable que sus parroquianos desearían. Y, amigos, el descrédito puede llegar a ser el fin de la carrera -y el modo de vida- de muchos compañeros.

Y si a ello sumamos los mensajitos vía Whatsapp de más de un -y de dos- políticos intentando convencerte para que retires aquello que has publicado porque, supuestamente, perjudica a su imagen pública, apaga y vámonos. Eso pasa. Y no me lo invento, porque lo he padecido.

Saben que no vamos a sacar esos mensajes a la luz, primero porque corresponderían a la esfera privada y nos exponemos a una demanda; y segundo, porque bien sabrían darle la vuelta a la tortilla y saldríamos bien trasquilados. Entre la impunidad y la soberbia, estas prácticas continúan siendo la espada de Damocles bajo la que cada mañana nos enfrentamos a una nueva jornada de trabajo. Todo ello sin entrar en los intereses de las grandes empresas, del iluminado que busca relevancia social o del influencer local que a fuerza de tweets se cree flautista de Hamelin, seguido por miles de roedores. ¿Libertad de prensa? Sí, pero no mucha.

En este contexto de posverdad e injerencias veladas voy y me lanzo a escribir una columna semanal en este blog. ¿Insensato? Puede que sí. Pero creo que ha pasado el tiempo oportuno como para cumplir con aquello que se nos presupone y pocas veces expresamos: tenemos opinión sobre las cosas de las que informamos. Un prisma más que respetable del periodismo que en este batiburrillo de voces, gritos y susurros, bien merece la pena desarrollar. ¿Por qué no?