Cabra y Lucena se hermanan a través de sus patronas en una jornada para la historia

El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, firma el documento de hermanamiento en el Santuario de la Virgen de la Sierra, en Cabra (FOTO: Pepe Moreno)
photo_camera El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, firma el documento de hermanamiento en el Santuario de la Virgen de la Sierra, en Cabra (FOTO: Pepe Moreno)

Las archicofradías de la Sierra y Araceli celebran un acto de cohesión entre las dos grandes devociones del sur de Córdoba

SUBBÉTICA, 02/03/2019

El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, firma el documento de hermanamiento en el Santuario de la Virgen de la Sierra, en Cabra (FOTO: Pepe Moreno) El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, firma el documento de hermanamiento en el Santuario de la Virgen de la Sierra, en Cabra (FOTO: Pepe Moreno)[/caption]

El foco de la devoción mariana se detuvo este mediodía de sábado en dos puntos elevados del sur de Córdoba, como son los santuarios de la Virgen de Araceli y de la Virgen de la Sierra. A una decena de kilómetros de distancia, sus dos archicofradías formalizaron tras siglos de devoción un hermanamiento que, lejos de un mero formalismo, supuso una acción de cohesión y justicia entre dos de los grandes referentes espirituales del centro de Andalucía.

Y es que resulta innegable la capacidad que manifiestan estas dos patronas, de Lucena y Cabra, para atraer a miles de personas en torno a sus celebraciones más señeras, como son el mayo aracelitano y las fiestas septembrinas, respectivamente. Pero también, en esa íntima parcela de los sentimientos, cabe reseñar la suprema atracción que despiertan entre propios y extraños en la siempre reconfortante cotidianidad de sus santuarios. Lugares de peregrinación, pero también de singular belleza que aúnan a públicos muy diversos que siempre encuentran calma, paz y vivencias en cada visita.

Un acto que pasará a la historia de ambas corporaciones, y que dio comienzo con una misa solemne en terreno aracelitano, oficiada por el vicario episcopal de la Campiña, David Aguilera, y que contó con la presencia de los hermanos mayores y las juntas de gobierno de las archicofradías, así como los alcaldes de Cabra y Lucena, Fernando Prieto y Juan Pérez, y miembros de sus respectivos consistorios, además de autoridades civiles, mandos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que operan en la zona, y gran número de devotos.

Tras la eucaristía, Antonio Cano, hermano mayor de la Virgen de la Sierra hizo entrega a su homólogo aracelitano, Rafael Ramírez, de un broche con el escudo de la patrona egabrense que, minutos después, ya lucía la Patrona del Campo Andaluz en su barroco camarín.

La comitiva partió seguidamente hasta el picacho egabrense donde se culminó este evento de ida y vuelta, desarrollándose el acto central del hermanamiento. La ‘casita blanca’, en un día apacible y primaveral, sirvió de contexto a este acto que, sin duda, hace justicia. No en vano, tanto en el fondo como en las formas ambas devociones se mantuvieron con múltiples similitudes -las dos son patronas, coronadas, o bajan y suben de sus santuarios anualmente- pero logrando preservar su esencia e idiosincrasia. Algo que quedó patente en el documento de hermanamiento, firmado por el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, que fue testigo de honor de este acontecimiento.

Así llegaron a nuestros días, estrechando lazos afectivos alejados del localismo y visiones cicateras hoy día cada vez más nimias. Por ser el primer gesto común, por romper estereotipos ya desfasados y sobre todo por despojar de complejos un sentimiento que es mutuo, se puede considerar histórico este hermanamiento que acerca, si cabe, aún más estos dos conceptos tan genuinos de vivir el fervor popular en torno a la figura de María de Nazaret.

DOS DEVOCIONES HISTÓRICAS

Hablar de las patronas de Cabra y Lucena obliga a mirar al pasado. Dos imágenes que, a través de los siglos, centraron las miradas y anhelos de egabrenses, lucentinos y también de fieles de todo el centro de Andalucía que vieron en ellas un faro espiritual al que acudir cuando la vida sacudía, o también una seña de identidad inherente a las propias raíces de cada cual.

En el caso de la Virgen de la Sierra, muchos son los hitos que jalonan su secular presencia, con más de ocho centurias de historia desde que un discípulo del apóstol Santiago la entregara a la comunidad cristiana de la antigua Egabro, debiendo ser ocultada en una cueva de la serranía a causa de la invasión musulmana en torno al año 714. Según las crónicas de la época, en 1240 un cautivo la encontró y dio parte a las autoridades y el propio rey Fernando III El Santo, que acababa de recuperar la zona en plena Reconquista, decidió subir a la altura para orar ante la imagen y, como acción de gracias por su protección, entregarle la bandera y el tambor que arrebató a las tropas musulmanas durante la batalla y que hoy día se siguen manteniendo como insignias y emblemas ligados a esta tradición tan honda.

Igualmente, los más de cuatro siglos de devoción de la Virgen de Araceli atestiguan el amor más puro hacia la ‘Madre Dulce y buena’, que reza el himno aracelitano, y que también aguarda en su Santuario de Aras la visita de fieles y devotos de toda la comarca. Una historia que hunde sus raíces en el viaje que en pleno siglo XVI realizará el II Marqués de Comares, Luis Fernández de Cordova, a la cuidad de Roma donde quedó prendado de una imagen de la Virgen María, bajo la advocación de ‘Aracoeli’. Tanto fue así, que ordenó realizar una copia para su palacio lucentino. Según la leyenda, en 1562, las bestias que tiraban del carro donde se transportaba la imagen se espantaron a causa de una tormenta justo a la entrada del municipio, encontrándose con posterioridad donde ahora se ubica su ermita.

[FOTOGRAFÍAS DE MATEO OLAYA Y PEPE MORENO]